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Anteriormente, cuando salí la primera vez, ellos siempre me querían abrazar. Si no podían abrazarme, agarraban mi pierna. A veces, tomaría varias horas y aún así, no podía terminar de abrazarlos. Todos querían abrazarme. Dije: “Abraza solo un segundo y vete”. Pero me abrazaban por largo tiempo y no me dejaban ir. Algunos se veían un poco mayores, pero eran muy fuertes. Una vez, una hermana me agarró, guao, los guardias tuvieron que quitarle los dedos uno por uno.